martes, 13 de diciembre de 2011

Los visigodos-01


Las incursiones germánicas en la Península

El final de la expansión y la crisis del siglo III propiciaron que poblaciones germánicas fueran asentándose paulatinamente dentro de las fronteras del Imperio romano. En ocasiones lo hacían pacíficamente a través de un pacto con Roma, que les otorgaba el derecho a instalarse en un territorio determinado, generalmente a cambio de su fuerza militar; pero a veces violentamente, mediante el saqueo. Vándalos, suevos, alanos y visigodos fueron los pueblos que alcanzaron las fronteras de Hispania.

 En el año 409, los suevos, los vándalos y los alanos penetraron en la península Ibérica. En el año 416, el emperador de Occidente establecía un acuerdo de federación con los visigodos para expulsarlos de Hispania. Los visigodos expulsaron a vándalos y alanos al norte de África, y arrinconaron a los suevos en las tierras de la actual Galicia. El reino suevo se consolidó en este territorio y permaneció casi cien años, hasta que fue definitivamente conquistado.

A cambio, los romanos concedieron a los visigodos tierras en el sudeste de la Galia (actual Francia), que, con las expulsiones, se extendieron progresivamente hacia el sur de los Pirineos. A comienzos del siglo VI, los visigodos fueron expulsados de la Galia por los francos y se establecieron en la península Ibérica. Toledo pasó a ser la capital. La mayoría de la población estaba constituida por hispanorromanos y solo una minoría por los dirigentes germanos.


El reino visigodo de Toledo

Los visigodos ocuparon Hispania durante tres siglos, desde la conquista de Barcelona por Ataúlfo (415) hasta la invasión musulmana (711). Su asentamiento se redujo, casi exclusivamente, a la zona oriental de la Meseta, rechazando las partes montañosas y las costas. Nunca llegaron a dominar de manera efectiva toda la Península; las luchas con los suevos, las sublevaciones de los vascones y la presencia de los bizantinos, fueron los más serios obstáculos a ese dominio.
          
El reino de Toledo alcanzó su plenitud en la segunda mitad del siglo VI y en la primera mitad del VII. A ello contribuyeron algunos reyes, que lucharon por la unificación territorial, jurídica y religiosa.

El rey Leovigildo (568-586) consolidó la autoridad real, conquistó el reino suevo y ganó terreno a los vascones y cántabros. Su hijo Recaredo (586-601) se convirtió al catolicismo, con lo que impulsó la unidad religiosa. En el 625, el rey Suintila conquistó la costa desde Cádiz a Valencia, que estaba en poder bizantino. El rey Recesvinto (649-672) compiló las leyes para todo el reino en el llamado Fuero Juzgo o Liber Iudiciorum.


El Liber Iudiciorum (también conocido como Fuero Juzgo) es una magna recopilación legislativa preparada por Chindasvinto y que se publicó bajo el reinado de Recesvinto, hacia el año 654. Consta de 99 leyes promulgadas por Chindasvinto, 87 promulgadas por su hijo, Recesvinto, e innumerables adaptaciones y revisiones de leyes anteriores

No se trató únicamente de una unificación territorial y jurídica. Fue de gran importancia también el proceso de aculturación o fusión de culturas entre la minoría germánica y el pueblo hispanorromano, así como la unificación religiosa desde la conversión de Recaredo (589).



La monarquía visigoda

 La monarquía visigoda era electiva, el rey era elegido por las principales personalidades del reino. La elección del rey provocaba muchas luchas y disputas políticas, que muy a menudo desembocaban en el asesinato del monarca para situar en su lugar a otro.

El rey era auxiliado por el Aula Regia, un consejo que administraba el palacio real, y por los duques y los condes, que gobernaban las provincias. Las decisiones religiosas y políticas se tomaban en los concilios, en los que participaban el rey, el Aula Regia y el clero.

Durante la segunda mitad del siglo VII, las luchas entre el rey y los nobles se intensificaron. Estas luchas nobiliarias facilitaron la invasión musulmana en el año 711, lo que provocó el final del reino visigodo.



La Iglesia visigoda

Del arrianismo al catolicismo. La mayoría de los pueblos germánicos se habían convertido ya al cristianismo antes de invadir el imperio romano. Los visigodos, por ejemplo, fueron cristianizados por el obispo Ulfila en la segunda mitad del siglo IV. Pero lo fueron en su versión arriana, considerada herética por la Iglesia.

El arrianismo, difundido por un teólogo de Alejandría llamado Arrio, negaba la naturaleza divina de Cristo. Se extendió, sobre todo, entre los pueblos germánicos, que lo adoptaron como un signo de identidad propia frente a la población romana.

En las principales ciudades visigodas había un obispo arriano y otro católico, que servían separadamente a las respectivas comunidades. El rey Leovigildo intentó conseguir la unidad religiosa de toda la población en torno al arrianismo, pero fracasó. Su hijo Recaredo comprendió que los católicos eran mayoría, por lo que se convirtió al catolicismo junto con el grueso de los visigodos en el año 589, durante la celebración del Concilio de Toledo.

A partir de esa fecha, la hegemonía doctrinal y social de la Iglesia se convirtió en un dato decisivo de la historia de España. De momento, su actividad se plasmó, sobre todo, en la adaptación de las tradiciones precristianas, muy fuertes en el mundo rural, al nuevo lenguaje religioso, y en la creación de una doctrina política en sucesivos concilios de Toledo, presididos por el rey y constituidos por obispos, presbíteros y aristócratas.


La administración eclesiástica

La organización eclesiástica siguió el modelo romano. En la base se encontraba la parroquia, servida por uno o varios sacerdotes. Las parroquias se integraban en diócesis, gobernadas por obispos, y en provincias eclesiásticas, que coincidían más o menos con una provincia romana y que estaban regidas por un arzobispo o metropolitano.

 Los concilios de Toledo

La máxima autoridad correspondía a los concilios, que reunían a los obispos. En Toledo se celebraron los concilios más importantes. Eran convocados por los reyes, que también decidían los asuntos sobre los que se discutirían en la reunión. Por ello, además de las cuestiones religiosas, en los concilios se trataban sobre todo asuntos relacionados con el gobierno del reino.



La transmisión de la cultura

La Iglesia jugó un importante papel en la conservación y transmisión de la cultura clásica grecolatina, es decir, de la herencia hispanorromana. Aunque los templos romanos fueron derribados para construir iglesias, y muchas estatuas y obras de arte se destruyeron por considerarlas paganas, en los monasterios cristianos se copiaron gran número de obras clásicas que han podido llegar así hasta la actualidad.

Las escuelas eclesiásticas contribuyeron también a mantener viva la cultura. De ellas salieron grandes intelectuales y escritores como los historiadores Orosio e Idacio; Braulio y Tajón, obispos de Zaragoza, San Martín de Dumio, obispo de Braga, y San Leandro, arzobispo de Sevilla. La figura más relevante fue sin duda su hermano, San Isidoro de Sevilla.


San Isidoro de Sevilla

A él se deben algunas de las teorías políticas que hicieron fortuna en la Edad Media, como el origen divino del poder de los reyes o las limitaciones de carácter moral que el ejercicio de la realeza debía tener. Además, en sus Etimologías, resumió los conocimientos de la época facilitando su transmisión.

San Isidoro forjó una imagen que se convirtió en punto de referencia muchas veces a lo largo de la historia española: la de la unidad (política y religiosa) y la independencia de la Península bajo el caudillaje del «prestigioso linaje de los godos».

Esa última idea recorrió la Edad Media y, al hacerlo, demostró que los mitos o, tal vez más correctamente, los imaginarios han sido muchas veces más decisivos que los propios hechos históricos.



El arte visigodo

En el campo del arte, la novedad de la orfebrería, que lució especialmente en los tesoros de Guarrazar y de Torredonjimeno, fue de tradición visigoda.

En cambio, la arquitectura prolongó los cánones romanos, aunque era de materiales más pobres y menores dimensiones, como puede verse en las iglesias de San Pedro de la Nave (Zamora) o San Juan de Baños (Palencia).

En cuanto a la escultura predominaron los relieves, en general toscos y biselados.


Las iglesias visigodas

Las iglesias de la época visigoda eran de pequeño tamaño y escasa altura. Estaban construidas con grandes bloques de piedra bien tallados y su exterior tenía un aspecto pesado. En el interior, los techos estaban formados por grandes bóvedas y se utilizaban arcos con forma de herradura, que luego influyeron profundamente en la arquitectura musulmana; la decoración era muy escasa y generalmente se reducía a los capiteles de las columnas, que se cubrían con bellos relieves con escenas de la Biblia.

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